lunes, 14 de junio de 2010

Porque amarte significa abrir los ojos cada día.

No dudaría en atribuir mi felicidad completa a un efecto exterior a mí. Y podréis pensar que exagero, como hacen todas las enamoradas con una venda tapándoles sus ojos. Sin embargo, cualquiera que pudiese conocerme corroboraría esto que digo.
Podría decir que no recuerdo mi vida antes de conocerla. Es una verdad a medias, ya que antes de conocerla no había vida alguna, sólo existencia, y hay una tremenda diferencia entre existir y vivir. Yo existía vagamente en el tiempo. Tan pasiva que corría peligro de perderme en la sucesión de un segundo a otro, como si un agujero en el tiempo amenazara con hacerme desaparecer, cosa que en aquel entonces no me habría importado en absoluto. La sobriedad de los días se reflejaba en mi mirada, vacía y carente de significado. No era triste. No estaba enfadada con el mundo, no era indignación, ni pesar, ni tan siquiera una depresión. Simplemente, era nada. Y caminaba por la calle sin buscar quién ser. En aquella época, caminar no tenía sentido, al igual que no lo tenía nada de lo que pudiera hacer en mi rutina diaria de seguir respirando. No obstante, es ahora cuando sé que sí tenían sentido aquellos paseos, aquella exhalación constante que nunca me abandonó. Ese sentido era ella. Continué existiendo sólo para conocerla y poder amarla a partir de ese preciso momento.
Ha sido una transformación, un cambio radical en mi vida. Y no me siento como una mariposa al salir de su capullo, no. Me siento completamente humana, como si de una metamorfosis kafkiana se tratase: yo era una cucaracha gigante, encerrada en mí misma, despojada de afecto, hasta que llegó ella.
Por esto, y porque aquella sensación no fue un sueño, sino una realidad que aumenta de forma directamente proporcional a la sucesión del día y la noche: mi felicidad no es efecto mío, sino tuyo, mi amor.


( 11 días cariño )

sábado, 12 de junio de 2010

(Sobran las palabras)